LA TRINIDAD
«Tanto amó Dios al
mundo»
Lectura del santo
Evangelio según San Juan 3,16-18.
En aquel tiempo dijo
Jesús a Nicodemo: —Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para
que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree,
ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
1.- El Padre. Celebramos el centro de nuestra
fe, que no es otro que la identidad de nuestro Dios. No es una cuestión
complicada cuando escuchamos lo que Jesús nos dice de Dios. Somos los humanos
los que la enredamos cuando intentamos definir a Dios con nuestra razón. Y, naturalmente,
no le podemos definir. Veamos cómo experimenta
Jesús a Dios, más que enseña. Explica a Nicodemo una relación nueva con Dios,
que es una relación muy diferente a la establecida por la Ley o plasmada en los
sacrificios en el templo de Jerusalén. Dice Jesús que Dios un Padre; que Dios
es Creador, y lo es por el amor; es
su amor lo que le ha hecho salir de sí para crear criaturas felices. Dios es
totalmente diferente a la creación, pero la hace a su imagen y semejanza, para
que la persona, devolviéndole el amor por el que ha sido creada, pueda mantenerse
ligada a su origen amoroso. Dios es el salvador,
salvación que promete en el mismo instante en el que la criatura decide
alejarse o enfrentarse a Él. Dios la quiere salvar, porque no puede dejar de
amarla. Jesús experimenta a Dios como su
Padre, y lo da a conocer como nuestro Padre. Pero su Padre y nuestro
Padre, que entrega a lo más preciado que tiene ―a Jesús―, exige obediencia a su
relación de amor y respeto a la dignidad de su nombre.
2.- El Hijo. Jesús se sabe y se experimenta como
Hijo, enviado por el Padre para recuperar a su criatura maniatada por los lazos
de la soberbia y del poder, que hace excluir de su vida a los demás y dar la
espalda a quien le ha traído a esta vida. El Hijo es el que revela que el Padre
es pura relación de amor, y con dicha relación de amor revela también cuál es
la situación real de la humanidad: vivir inmersa en una cultura de violencia y
de muerte, que es superior a las fuerzas humanas, que la ha esclavizado. La
persona a estas alturas sólo puede vivir pendiente de sí misma y de sus
intereses. La cultura del mal, que define a Dios y al hombre desde la
violencia, es la que llevó a Jesús a la cruz. Y con el relato de su vida es
cuando podemos comprender lo que nos ama Dios. El amor en Dios no es la declaración
que hace en un discurso, ni lo que contiene las ideologías, ni las
proclamaciones de tantos credos religiosos. Dios amor ofrece lo más preciado de
sí para recuperar a los que salieron de la bondad de su corazón. No lo ha
podido hacer mejor.
3.- El Espíritu Santo. Para que la
creación y recreación, como relación de amor del Padre y del Hijo, no sean
hechos del pasado, sino relaciones vivas y permanentes para sus criaturas, nos
enviaron a su Espíritu. El Espíritu es cómo Dios nos ama, qué piensa Dios cuando
ama, qué hace Dios cuando nos ama, qué decide Dios cuando busca nuestra
felicidad. Y ese Espíritu de amor del Padre es el que le ha hecho enviar a su Hijo,
es el que ha hermanado a toda creación con él, es el que transforma a cada uno
de nosotros en hijos de Él y hermanos entre nosotros. Y esto es muy diferente a
como la humanidad se ha construido en sus culturas desde su soberbia, poder, y
la violencia y odio que desarrolla. Por eso hay que nacer de nuevo, como enseña
Jesús a Nicodemo, para comprender estas tres relaciones de amor que es nuestro
Dios: Padre, Hijo y Espíritu. Hechos, como somos, a imagen y semejanza del
Señor, seremos felices cuando orientemos nuestra vida en dicha triple relación
que es el Señor: amor que nos hace capaz de crear: crear una familia, de crear
puestos de trabajo, de crear espacios donde la tierra dé de comer y los hombres
puedan vivir; crear instituciones donde las personas puedan convivir desde el
respeto mutuo; etc.; amor que nos hace ser hermanos de los demás: hermanos
capaces de reconocer la dignidad humana de los demás, y tratar de recuperar a
los que aún no saben su filiación divina y ; amor que no se cansa de darse y
servir para seguir creado y hermanando.
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