DOMINGO XVII (A)
Evangelio
«El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido»
Lectura del santo Evangelio según San
Mateo 13,44-52
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
—El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo
encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que
tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante
de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que
tiene y la compra.
1.- Contexto.
Las parábolas del evangelio
de Mateo que tratan del Reino pretenden decirnos qué es, cómo se manifiesta,
qué exigencias entraña y cómo debemos cumplir dichas exigencias. Jesús pretende en estos relatos parabólicos introducir a sus
oyentes en la realidad nueva del Reino. Como los maestros judíos, usa
narraciones sencillas cuyos personajes y demás elementos constitutivos son
extraídos de la vida cotidiana judía para que todo el mundo pueda entender las
claves en las que se descifra el Reino. Los elementos que hay en la creación, en la vida familiar, en el trabajo,
en las instituciones sociales y religiosas con sus finalidades y hábitos y que
están al alcance de la comprensión de todos, se dan la mano y configuran las
siluetas de los actores de las parábolas. A pesar de esto, formulan estos
relatos el diálogo y la oferta permanente de Dios al hombre para
que pase de la vieja dimensión a la nueva, porque las parábolas remiten a las
palabras y a los hechos de Jesús, en los cuales se comunica el Reino que está
actuando en la historia. El mensaje que contienen es de Dios para
los hombres. Por eso en la parábola es Dios quien se presenta a modo humano y
ofrece un orden nuevo que exige una opción arriesgada y no siempre segura de
éxito.
2.- Mensaje.
Las parábolas del
tesoro escondido y del comerciante de perlas finas nos indican que el Reino es
una realidad que está por encima de los bienes más preciados que los hombres
podamos anhelar, elaborar y disfrutar. Y ese tesoro es Cristo
Jesús. Una vez más citamos la experiencia más profunda de la vida de fe de
Pablo: «Pues yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir
para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es
Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del
Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19-20). Y para poseerle,
las exigencias que el mismo Jesús establece son radicales: «No penséis que he
venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He
venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera
con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga
con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá,
y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a
vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado» (Mt
10,34-40)
3.- Acción.
La radicalidad de Jesús —venderlo todo para comprar el tesoro, o subordinar la
familia a las exigencias del Reino—, no significa que debamos odiar los
vínculos familiares, como padre, madre, esposa o esposo, o hijos, pues el verbo
«odiar» no tiene el sentido antropológico actual. No es posible pensar que
Jesús, que manda amar a los enemigos (Lc 6,27; Mt 5,44), obligara a sus
seguidores a rechazar la relación fundamental humana que da origen a la vida.
Aquí no se trata de vínculos afectivos, sino de prioridades en las fidelidades
y obediencias de las instituciones sociales. «Amar» (agapao) y «odiar» (miseo)
se traducen por fidelidad o infidelidad, y en esta línea se mueve
Jesús. Y entonces lo podemos entender mejor: no es despreciar el trabajo, la familia,
los deberes prioritarios que fundamenten nuestra cultura, sino asumir la fidelidad
a Cristo como el que da un entido global de vida como amor y entrega y aplicarlo
a todos los estados que estemos, a todas las situaciones que nos encontremos, a
todas las actitudes y actos que tengamos y hagamos. No es cuestión de abandonar
el mundo para irse a un mundo que no se sabe bien en qué consiste, sino vivir
en este mundo desde las perspectiva de Jesús. Entonces venderemos o tiraremos todas
las baratijas acumuladas a lo largo de nuestra vida, para comprar el tesoro del
amor que ilumina y da sentido a todo cuanto pensamos, comunicamos y hacemos.
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