lunes, 21 de julio de 2014

La perla preciosa

         DOMINGO XVII (A)

             Evangelio

«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido»

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 13,44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: —El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

1.- Dios. Cuando hablamos del Reino como un tesoro se entiende la acción de Dios mediante la cual gobierna su creación. Refiere el tipo de relación que el Señor ha adoptado para comunicarse con nosotros. Para Jesús, Dios no establece con los hombres una relación según dictamina la ley, o el derecho, o el poder militar. Dios se relaciona como si fuera un padre. Dios es Rey porque gobierna como una Madre y un Padre a los hombres, porque son sus hijos, no simples criaturas. Por tanto, reino es una relación, un ejercicio, una acción que indica la forma como se relaciona y gobierna Dios a la historia humana y a la naturaleza que la cobija. Y esa relación, es una relación de amor misericordioso, al estilo de las tres parábolas del cap. 15 del evangelio de Lucas: la oveja perdida, el dracma perdido y el hijo perdido. El Señor no da por perdido a ningún hijo: sale en busca de la oveja, se alegra de encontrar el dracma y recibe con las brazos abiertos al hijo que regresa. Cómo nosotros, observando al Señor, debemos pensarlo y amarlo así, cuando nuestra vida se encuentre en las situaciones descritas en las parábolas: perdidos.
           
2.- La comunidad. La comunidad cristiana es la que cobija y es consciente de estas actitudes divinas que revela y hace suyas Jesús. Salir  a buscar al que anda desorientado en la vida, dando palos de ciego y estropeando lo más preciado que tenemos. Seguir a la publicidad y vivir de las comparaciones para transformar la vida en sensaciones y sentimientos  que causan alegrías esporádicas, es venderla en un mercado de baratijas o en un tienda de chinos —por nada compramos; por nada nos vendemos—; y, por último, vivir de la productividad del trabajo, de ser un máquina de producir billetes, o menos billetes, es perderse lo rica y amplia que es la vida cuando se divisa desde la gratuidad y las relaciones humanas bondadosas, más allá de lo que nos pagan o se benefician de nosotros. Son los tres tesoros que alberga la iglesia y enseña continuamente a sus hijos, los bautizados: buscar al hermano perdido u olvidado; recibirlo y alegrarse cuando se le encuentra o regresa.   
           
3.- El creyente. Antes de seguir a Jesús, hay que descubrirlo. El tesoro, que es él, no es nada fácil encontrarlo, porque estamos muy bien programados en esta vida. Primero nos formamos para trabajar, y nos formamos para trabajar donde más se nos pueda remunerar. Después constituimos una familia y más tarde tratamos de hacernos con un puesto en la sociedad. Y continuamos luchando para que nuestros hijos tengan una formación y un puesto superior al nuestro, para mejorar nuestros apellidos.  Y en todo ello debemos descubrir su hilo conductor; la fuerza interior que hace que le demos sentido a tanto trabajo, a tantos problemas, a tantas angustias, a tantas alegrías o compensaciones. El hijo conductor, la clave de todo, el tesoro, no es renunciar a dichas etapas de la existencia, sino descubrir a Jesús, hallar a Jesús como la persona que nos enseña a vivir dichos acontecimientos con la posesión del Espíritu, cuyos frutos son: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Gál 5,22-23).



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