DOMINGO XVII (A)
Evangelio
«El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido»
Lectura del santo Evangelio según San
Mateo 13,44-52
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: —El Reino de los Cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y,
lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de
los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar
una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
1.- Dios. Cuando hablamos del Reino como un tesoro se entiende la acción de Dios
mediante la cual gobierna su creación. Refiere el tipo de relación que el Señor
ha adoptado para comunicarse con nosotros.
Para Jesús, Dios no establece con los hombres una relación según dictamina la
ley, o el derecho, o el poder militar. Dios se relaciona como si fuera un padre.
Dios es Rey porque gobierna como una Madre y un Padre a los hombres, porque son
sus hijos, no simples criaturas. Por tanto, reino es una relación, un
ejercicio, una acción que indica la forma como se relaciona y gobierna Dios a
la historia humana y a la naturaleza que la cobija. Y esa relación, es una relación de amor
misericordioso, al estilo de las tres parábolas del cap. 15 del evangelio
de Lucas: la oveja perdida, el dracma perdido y el hijo perdido. El Señor no da
por perdido a ningún hijo: sale en busca de la oveja, se alegra de encontrar el
dracma y recibe con las brazos abiertos al hijo que regresa. Cómo nosotros,
observando al Señor, debemos pensarlo y amarlo así, cuando nuestra vida se
encuentre en las situaciones descritas en las parábolas: perdidos.
2.- La comunidad. La
comunidad cristiana es la que cobija y es consciente de estas actitudes divinas
que revela y hace suyas Jesús. Salir a buscar al que anda desorientado en la
vida, dando palos de ciego y estropeando lo más preciado que tenemos. Seguir a
la publicidad y vivir de las comparaciones para transformar la vida en
sensaciones y sentimientos que causan alegrías esporádicas, es venderla
en un mercado de baratijas o en un tienda de chinos —por nada compramos; por
nada nos vendemos—; y, por último, vivir de la productividad del trabajo, de
ser un máquina de producir billetes, o menos billetes, es perderse lo rica y
amplia que es la vida cuando se divisa desde la gratuidad y las relaciones
humanas bondadosas, más allá de lo que nos pagan o se benefician de nosotros.
Son los tres tesoros que alberga la iglesia y enseña continuamente a sus hijos,
los bautizados: buscar al hermano perdido u olvidado; recibirlo y alegrarse
cuando se le encuentra o regresa.
3.- El creyente. Antes de seguir a Jesús, hay que descubrirlo. El tesoro, que es él,
no es nada fácil encontrarlo, porque estamos muy bien programados en esta vida.
Primero nos formamos para trabajar, y nos formamos para trabajar donde más se
nos pueda remunerar. Después constituimos una familia y más tarde tratamos de
hacernos con un puesto en la sociedad. Y continuamos luchando para que nuestros
hijos tengan una formación y un puesto superior al nuestro, para mejorar
nuestros apellidos. Y en todo ello debemos
descubrir su hilo conductor; la fuerza interior que hace que le demos sentido a
tanto trabajo, a tantos problemas, a tantas angustias, a tantas alegrías o
compensaciones. El hijo conductor, la clave de todo, el tesoro, no es renunciar
a dichas etapas de la existencia, sino descubrir a Jesús, hallar a Jesús como
la persona que nos enseña a vivir dichos acontecimientos con la posesión del
Espíritu, cuyos frutos son: «amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Gál 5,22-23).
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