CRISTO, SEÑOR E HIJO DE DIOS
Bernard Sesboüé
El texto que presentamos es una respuesta al libro de F. Lenoir, Cómo Jesús se convirtió en Dios (Fayard,
Paris 2010). La tesis de Lenoir repite lo que tantas veces se ha defendido en
la historia de la cultura occidental, en los pensadores de las otras dos
grandes religiones del Libro (AT y Corán) e incluso, a primera vista, la puede firmar
también todo cristiano: Jesús es un hombre con una experiencia especial de
Dios, y su vida entraña la mediación entre Dios y los hombres en el ámbito de
la salvación. Jesús murió y resucitó de entre los muertos y está presente en la
historia de una forma invisible. En efecto, nadie duda de que Jesús es una
persona humana, que murió y Dios lo resucitó, y que influye de una forma
decisiva en la vida de la Iglesia por medio de su Espíritu. Lenoir rechaza las
afirmaciones de la naturaleza divina de Jesús procedentes de los concilios de
Nicea y Calcedonia y las tres relaciones que constituyen la naturaleza divina
del Dios cristiano, un misterio muy difícil de exponer ahora y siempre y, sobre
todo, innecesario para la fe cristiana.
La respuesta del exegeta jesuita se articula en tres capítulos: La
confesión de Jesús como Hijo de Dios en el NT. Jesús, Hijo de Dios durante los
siglos II y III. De Nicea a Calcedonia. ¿Por qué la divinidad de Jesús es
objeto de constante debate?
Es evidente la evolución que se da en el NT sobre el conocimiento de la
personalidad de Jesús: del hijo de María y José a ser un gran profeta y el
mesías prometido por Dios a la casa de David, y después de los encuentros con
el Resucitado la confesión de fe de los
discípulos de su filiación divina. Pablo, el escritor más antiguo del NT, no se
cansa de afirmar la filiación divina de Jesús y su pertenencia a la gloria del
Padre, etc., y estas afirmaciones están contenidas mucho antes que el Corpus Juánico
lo afirmara en el Evangelio y en las Cartas. El que Jesús llegue a ser Hijo de
Dios es una cuestión de revelación histórica a los discípulos, y no afecta a la
identidad de Jesús, que siempre fue Hijo de Dios. Estas convicciones de la fe
cristiana se mantienen y se explicitan en el diálogo con la cultura griega, a
la que deben dar razón de su esperanza salvadora en Cristo, y, por
consiguiente, de la explicación de su vida, función e identidad en el mundo de
las demás religiones soteriológicas que pululaban en el Imperio. No hay cambio
esencial alguno con relación al NT, sino la explicitación de la fe según los
esquemas culturales griegos y las necesidades de las catequesis cristianas a
los paganos que accedían a la fe. Por consiguiente, las aportaciones dogmáticas
sobre Dios (tres relaciones y una única naturaleza) y sobre Jesús (de la misma
naturaleza que el Padre, perfecto hombre y perfecto Dios) en nada añaden a la
naturaleza de la identidad de Jesús revelada en el NT, sino se traduce la fe
expresada en el lenguaje semítico al lenguaje griego, y de una forma de relato
a un forma técnica y precisa según los principios de la ciencia griega.
Sesboüé concluye que si aceptamos las afirmaciones dichas al principio por
Lenoir se deshace la fe cristiana. 1º Porque Jesús si es exclusivamente hombre,
no es un mediador entre Dios y los hombres, sino un intermediario, con lo que
no se necesita que participe de la vida divina; y lo que es peor, que Dios no
ha asumido en sí la historia humana en su Hijo, por lo que la vida divina no se
introduce en la vida humana. Desaparecen la influencia real de Dios en nuestra
vida y en los sacramentos. Porque la grandeza del cristianismo es la salvación
humana desde la misma historia humana, no algo externo a ella. 2º Jesús pasaría
a ser un profeta más entre tantos que han existido y existen en la actualidad,
y, por consiguiente, puede ser amortizado por otros hombre religiosos que
pudieran dar respuestas esporádicas a problemas nuevos que aparezcan en nuestra
historia. Desaparece la convicción cristiana de que Jesús es el único mediador
ante Dios y ante los hombres y la plenitud de la revelación divina, en el que
están contenido todo lo que hace posible para todos los hombres de todos los
tiempos su posibilidad de salvación. 3º Todo está desarrollado en las dos
décadas que abarca la actividad apostólica e la Iglesia, Y dichos escritos son
los que configuran la fe, la explicitan y es la norma suprema para toda la
posteridad. 4º Las tres relaciones divinas son fundamentales como centro de la
fe cristiana, porque no se puede renunciar a la experiencia de Dios como amor,
un amor que es don y alteridad cuya expresión externa en la riqueza inconmensurable
de la creación.
M. Hengel |
No debemos olvidar ciertos textos que aclaran con precisión esta cuestión
central para el cristianismo: M. Hengel, Jesús,
Hijo de Dios. J. Schlosser, El Dios
de Jesús. A. Grillmeier, Cristo en la
tradición cristiana. B. Sesboüé—J.
Wolinski, Historia de los Dogmas. F.
Martínez Fresneda, Jesús, Hijo y Hermano.
Editorial Sal Terrae, Santander 2014, 174 pp.
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