domingo, 9 de noviembre de 2014

Libro: Jesús Hijo de Dios

             CRISTO, SEÑOR E HIJO DE DIOS


               Bernard Sesboüé

El texto que presentamos es una respuesta al libro de F. Lenoir, Cómo Jesús se convirtió en Dios (Fayard, Paris 2010). La tesis de Lenoir repite lo que tantas veces se ha defendido en la historia de la cultura occidental, en los pensadores de las otras dos grandes religiones del Libro (AT y Corán) e incluso, a primera vista, la puede firmar también todo cristiano: Jesús es un hombre con una experiencia especial de Dios, y su vida entraña la mediación entre Dios y los hombres en el ámbito de la salvación. Jesús murió y resucitó de entre los muertos y está presente en la historia de una forma invisible. En efecto, nadie duda de que Jesús es una persona humana, que murió y Dios lo resucitó, y que influye de una forma decisiva en la vida de la Iglesia por medio de su Espíritu. Lenoir rechaza las afirmaciones de la naturaleza divina de Jesús procedentes de los concilios de Nicea y Calcedonia y las tres relaciones que constituyen la naturaleza divina del Dios cristiano, un misterio muy difícil de exponer ahora y siempre y, sobre todo, innecesario para la fe cristiana.
La respuesta del exegeta jesuita se articula en tres capítulos: La confesión de Jesús como Hijo de Dios en el NT. Jesús, Hijo de Dios durante los siglos II y III. De Nicea a Calcedonia. ¿Por qué la divinidad de Jesús es objeto de constante debate?
Es evidente la evolución que se da en el NT sobre el conocimiento de la personalidad de Jesús: del hijo de María y José a ser un gran profeta y el mesías prometido por Dios a la casa de David, y después de los encuentros con el Resucitado la confesión de  fe de los discípulos de su filiación divina. Pablo, el escritor más antiguo del NT, no se cansa de afirmar la filiación divina de Jesús y su pertenencia a la gloria del Padre, etc., y estas afirmaciones están contenidas mucho antes que el Corpus Juánico lo afirmara en el Evangelio y en las Cartas. El que Jesús llegue a ser Hijo de Dios es una cuestión de revelación histórica a los discípulos, y no afecta a la identidad de Jesús, que siempre fue Hijo de Dios. Estas convicciones de la fe cristiana se mantienen y se explicitan en el diálogo con la cultura griega, a la que deben dar razón de su esperanza salvadora en Cristo, y, por consiguiente, de la explicación de su vida, función e identidad en el mundo de las demás religiones soteriológicas que pululaban en el Imperio. No hay cambio esencial alguno con relación al NT, sino la explicitación de la fe según los esquemas culturales griegos y las necesidades de las catequesis cristianas a los paganos que accedían a la fe. Por consiguiente, las aportaciones dogmáticas sobre Dios (tres relaciones y una única naturaleza) y sobre Jesús (de la misma naturaleza que el Padre, perfecto hombre y perfecto Dios) en nada añaden a la naturaleza de la identidad de Jesús revelada en el NT, sino se traduce la fe expresada en el lenguaje semítico al lenguaje griego, y de una forma de relato a un forma técnica y precisa según los principios de la ciencia griega.
Sesboüé concluye que si aceptamos las afirmaciones dichas al principio por Lenoir se deshace la fe cristiana. 1º Porque Jesús si es exclusivamente hombre, no es un mediador entre Dios y los hombres, sino un intermediario, con lo que no se necesita que participe de la vida divina; y lo que es peor, que Dios no ha asumido en sí la historia humana en su Hijo, por lo que la vida divina no se introduce en la vida humana. Desaparecen la influencia real de Dios en nuestra vida y en los sacramentos. Porque la grandeza del cristianismo es la salvación humana desde la misma historia humana, no algo externo a ella. 2º Jesús pasaría a ser un profeta más entre tantos que han existido y existen en la actualidad, y, por consiguiente, puede ser amortizado por otros hombre religiosos que pudieran dar respuestas esporádicas a problemas nuevos que aparezcan en nuestra historia. Desaparece la convicción cristiana de que Jesús es el único mediador ante Dios y ante los hombres y la plenitud de la revelación divina, en el que están contenido todo lo que hace posible para todos los hombres de todos los tiempos su posibilidad de salvación. 3º Todo está desarrollado en las dos décadas que abarca la actividad apostólica e la Iglesia, Y dichos escritos son los que configuran la fe, la explicitan y es la norma suprema para toda la posteridad. 4º Las tres relaciones divinas son fundamentales como centro de la fe cristiana, porque no se puede renunciar a la experiencia de Dios como amor, un amor que es don y alteridad cuya expresión externa en la riqueza inconmensurable de la creación.
M. Hengel
No debemos olvidar ciertos textos que aclaran con precisión esta cuestión central para el cristianismo: M. Hengel, Jesús, Hijo de Dios. J. Schlosser, El Dios de Jesús. A. Grillmeier, Cristo en la tradición cristiana.  B. Sesboüé—J. Wolinski, Historia de los Dogmas. F. Martínez Fresneda, Jesús, Hijo y Hermano.




              












Editorial Sal Terrae, Santander 2014, 174 pp.

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