El hombre ante Dios. Razón y testimonio
Olegario
González de Cardedal
Por Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia
Universidad Antonianum
En tus manos quedan mis empeños, así concluye este
pequeño y precioso libro de un teólogo que ha sobrepasado la nube del saber y está ya en la del
saborear. Una oración es la única forma de dirigirse a Dios que el sabio, el
santo y el místico pueden utilizar para respetar la inmensidad divina desde los
límites de su condición humana. Olegario González de Cardedal, sabio, místico y
anhelante de santidad, nos deja unas hermosas páginas con la más pura filosofía
y teología que más de cincuenta años de oficio pueden dejar, pero lo hace
cargando su discurso de silencio respetuoso y de osadía cognitiva para
responder a una de las cuestiones más lacerantes en el mundo de hoy: la
desaparición del discurso sobre Dios, la desaparición de la palabra “Dios”, la
renuncia del hombre actual a pensar en lo más esencial. Y lo hace desde la constatación
dolorida del hombre creyente: “un universo absolutamente desacralizado (mundo
sin Dios), deshumanizado (personas tratadas como cosas) y relativizado (medios
próximos sin fines últimos) sería el anticipo de la abolición final del hombre”
(p. 13). Por tanto, lo que puede hacer el teólogo es volver a fundar la su fe
al hombre de hoy y escribir una teología fundamental fundamentada en la propia
experiencia creyente. Eso es esta pequeña obra, pues los cuatro capítulos que
la componen son la expresión de esa teología fundamental.
El primer capítulo
está dedicado a Dios en sí mismo, el segundo al hombre capaz de preguntarse por
Dios y pasar su límite, el tercero es la revelación de Dios al hombre y el
cuarto Jesucristo como la perfección de la donación divina. Sin embargo, es una
teología cargada de filosofía, única forma de llegar a la raíz humana de la
pregunta por la existencia y el sentido de la vida. Saber si Dios existe es la
primera pregunta y la esencial preocupación del hombre. Si Dios existe, todo es
distinto: el hombre, la historia y el mundo. De esta primera pregunta surge la
segunda: cuál es la naturaleza de Dios y de aquí surge la pregunta por la
relación del Dios con el hombre y éste con Dios. Los tres sentidos que da la
tradición teológica a “creer”, credere
Deum, credere Deo, credere in Deum, suponen tres correlatos en la respuesta
del hombre: libertad, gratuidad y razonabilidad. La existencia de Dios es un
dato razonable que no fuerza al hombre, el hombre puede creer que Dios existe
sin que eso le rebaje en lo más mínimo. Pero, también, que Dios exista abre el
espacio a la gratuidad: Dios se entrega confiadamente al hombre de modo que el
hombre puede acoger su entrega sin menoscabo de su ser. Y, por último, la
existencia de Dios, sus designios, permiten que el hombre encuentre su ser más
íntimo en la capacidad de darse. La libertad es consustancial a la humanidad
porque Dios ha querido que el hombre pueda negarlo.
La donación primera
de Dios permite al hombre conocerlo, pero también ser, en el sentido preciso
del término. Dios se ha manifestado como amor y la única forma de conocerlo en
amándolo. El pensamiento es un momento segundo respecto al amor, pues el amor
integra la realidad entera del hombre, material y espiritual. La reducción
moderna del problema de Dios a una cuestión de mera fe o mera razón pone de
relieve un manifiesto desconocimiento de lo que son la experiencia religiosa
verdadera y la revelación bíblica. Dios es Dios entero para el hombre entero.
Si no podemos reducir el misterio de Dios a una de sus dimensiones, tampoco
podemos reducir al hombre a una de sus ejercitaciones: la racional. Dios se nos
da a conocer como amor en libertad y solo se le puede conocer como tal Dios
desde una respuesta en amor y libertad.
Dios se da al
hombre y el hombre encuentra a Dios en Jesucristo. La encarnación ha dado a
Dios su forma máxima en la humildad y ha dado al hombre su dignidad máxima. El
hombre es aquel con quien Dios existió y por quien Dios entregó a su Hijo. La
praxis de Jesucristo ha sido y será el lugar supremo para el reconocimiento de
Dios y desde Él para el reconocimiento y la salvaguarda del hombre. El hombre
es porque Dios ha querido que sea y esto mismo convierte el atrevimiento del
hombre actual de rechazar a Dios, de negar su búsqueda, de mofarse incluso de
su existencia, en una pura necedad, como declara el salmista. Sin Dios, el
hombre, pura y simplemente, no existiría; negar a Dios es negar el origen de
todo y la existencia de cuanto hay en el mundo. Todo lo bueno, lo bello, lo
justo tienen su origen en Dios y el hombre es capaz de todo eso porque Dios
existe y se da a sí mismo en su Creación por medio de su Hijo. Aceptar esto es
entrar en el camino de la sabiduría; vivirlo es estar ya en el camino de la
salvación.
Como nos dice el
autor “toda palabra verdadera sobre Dios termina en oración a Dios y en
testimonio de Dios ante los hombres” (p. 147), de ahí que concluya la obra con
una oración en la que une razón y testimonio, de ahí que todo el libro no sea
sino un testimonio del encuentro personal de Olegario González de Cardedal con
el Dios Redentor, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, a Él la gloria por los
siglos de los siglos.
Sígueme, Salamanca 2013, 157 pp, 13,5 x 21
cm.
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