LA REVELACIÓN DE DIOS EN SU HIJO
V
En qué se apoya la función de
revelador de Dios propia de Jesús
Marta
Garre Garre
Instituto Teológico OFM
Pontificia
Universidad Antonianum
Hay subrayar que la traducción en
conceptos de la experiencia filial es también en Jesús inevitablemente
deficiente porque los conceptos y palabras no podrán nunca expresar
exhaustivamente la inefable presencia personal del Verbo en el hombre Cristo.
La revelación que Jesús percibía y vivía en el ámbito de la conciencia no
hubiera llegado nunca a los hombres comenzando por el hombre Jesús de Nazaret,
sin la traducción de ésta en conceptos humanos: le hubiese impedido el pleno
conocimiento humano de su propio misterio personal y le hubiese incapacitado
absolutamente para revelarlo a los hombres. Esto quiere decir que el mensaje de
Cristo conceptualiza y objetiva la experiencia en la que Dios mismo se le dio a
conocer como Padre suyo.
Las palabras, los gestos de
benevolente acogida y de perdón así como las distintas acciones significativas
de Jesús, son revelación de Dios en tanto en cuanto descifran la experiencia
conciencial en la que Dios se le revela como Padre al autopercibirse como no
subsistiendo en sí mismo, sino en el Verbo eterno de Dios.
Con todo hay que añadir que el
instrumental categorial que recibió Jesús de su medio ambiente sufrió una
profunda modificación en la confrontación con la experiencia filial que él
vivía en su conciencia. Los conceptos que Jesús expresó en su predicación no
son una transposición literal del significado entonces usual y vigente; en
ellos consignó Cristo el misterio de su persona y, por tanto, la densidad
reveladora de su Palabra. En este sentido, es interesante la reflexión de
González de Cardedal, según el cual existe una extraña y casi increíble
inserción ideológica de Jesús en el mundo espiritual de su pueblo, similar a la inserción biológica por la concepción y
nacimiento de María, a la vez que un manifiesto y progresivo distanciamiento de
su seno colectivo, hasta quebrarlo y negarlo en su validez.
Una vez más, lo que es universalmente
humano es también de Jesús. En cuanto verdadero hombre, Jesús poseyó todas las
dimensiones constitutivas del ser humano como la temporalidad, la historicidad,
la socialidad, el aprendizaje, el crecimiento biológico espiritual, la
maduración cultural, la mortalidad., lo que es propiamente humano, se cumple en
Cristo. El salto infranqueable entre la experiencia conciencial y su traducción
temática conceptual que se da en todo hombre, se cumple también en el hombre
Jesús cuando manifiesta a los demás el misterio de su conciencia (que es
revelar el misterio de Dios como su Padre). Pero esto tiene también su
explicación. Cristo no fue ni podía ser
en la tierra el revelador perfecto del Padre porque no mostraba plenamente su
gloria de unigénito oculta bajo los velos. Su “palabra”, que abarca toda la
expresividad humana de Jesús, es ciertamente revelación de Dios pero no Dios
mismo: es diferente lo que Jesús “ve” en su espíritu y otra lo que revela
mediante la palabra: así se explica la “ambigüedad” de su misión.
Que esto no nos lleve sin embargo a
poner en duda la veracidad del testimonio de Cristo: una cosa es el mensaje que
es humano en su expresión y, en este sentido, imperfecto y, otra, la verdad del
contenido que es divina, que es la vedad de su experiencia filial: la
afirmación de su función de revelador equivale a la afirmación de su filiación
divina. En Jesús testifica en último término Dios que garantiza asumiéndolo
como propio su testimonio: El autotestimonio de
Cristo es válido porque Cristo es el Hijo de Dios. La verdad del
testimonio de Cristo se apoya, pues, en el ser mismo del sujeto testificante:
el Verbo de Dios hecho hombre; mientras que el testimonio profético se apoya
exclusivamente en la experiencia de la autocomunicación de Dios que el profeta vive en el fondo de su
espíritu.
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