Francisco
de Asís y su mensaje
XIV
El hombre imagen de Dios y de Cristo
2º
La Iglesia. Cuando Francisco está orando
en la iglesia de San Damián recibe un mensaje de Cristo mandándole reparar su
casa (cf. 2Cel 10). Este pasaje se une al sueño del papa Inocencio III: «Había
visto que la basílica de Letrán estaba a punto de arruinarse y que un religioso
pequeño y depreciable, arrimando la espalda, la sostenía para que no cayera.
“Ciertamente —dijo— es éste quien con obras y enseñanzas sostendrá la Iglesia
de Cristo» (2Cel 17; cf. TC 47). La reforma de la Iglesia no la encara
Francisco saliéndose de su obediencia, ya que es evidente la estima y
veneración por su jerarquía, su doctrina y sus sacramentos. La fe en la Iglesia
resulta de su fe en el Señor que la funda como ámbito de su presencia y
salvación. Francisco, entonces, se aleja de los movimientos reformadores de su
tiempo que defienden una Iglesia ideal según narra Lucas en los Hechos sobre la
primitiva comunidad cristiana (cf. 2,24). Para Francisco vivir «según la forma
de la santa Iglesia Romana» es «vivir según la forma del santo Evangelio» (cf.
RegNB Prólogo 1-3; 1,1-5; RegB 1,1-3; Test 6-13). Esto significa comprender a
Jesús como modelo y ejemplar a seguir según se manifiesta en los Evangelios. Y
la experiencia de seguimiento a Jesús sólo se pueda dar dentro de la Iglesia
Romana, a quien profundamente ama (cf. RegB 1,2; 3,1; 12,3; 2CtaClé 13). Y hay
razón para ello, porque
Francisco la
comprende también como un espacio de libertad y de paz (cf. 1Cel 8-15).
El fundamento de su
reforma está en el radicalismo evangélico que inicia cuando escucha en la
Porciúncula la frase con la que Jesús envía a sus discípulos a predicar el
Reino (cf. 1Cel 22). Este seguimiento de Jesús, revelado por Dios y aprobado
por el Papa (cf. Test 16-18), es una opción tan personal que no se ve mediada
directamente por teólogos eminentes, ni responsables eclesiásticos, ni por la
vida religiosa en los monasterios, ni por las opciones evangélicas que toman
muchos carismáticos que pululan por doquier en su tiempo, si bien estos
movimientos crean una atmósfera que denuncia una situación religiosa muy
alejada de los valores cristianos. Y Francisco encuentra estos valores en la
lectura del NT, sobre todo transmitida en la liturgia, con una actitud creyente
y su verificación en la práctica, que, en definitiva, va a ser la que reforme
el cristianismo y la institución eclesiástica de entonces.
La práctica de
valores hace que el discurso, siguiendo a Jesús, sea corto (cf. RegB 9,4-6), y
con la armonía que dimana de las biografías creyentes escritas por los
evangelistas sobre Jesús, establece la relación con Jesús de persona a persona,
de creyente a creyente (cf. LM 14,3-4), sin mediar esquemas teológicos previos
y prácticas eclesiales, aunque lo haga siempre en el seno de la Iglesia, su humus, su madre (cf. TC 46). Jesús es quien
lo llama a seguirle (cf. 1 Cel 17; TC 3-6); es el fundamento de su vida (cf.
1Cel 18; LP 9), su modelo y prototipo (cf. 2Cel 26; LM 12,1), su guía en el
camino de la existencia (cf. cf. 1Cel 89), su forma interior y exterior (cf.
cf. 1Cel 22; LM 4,9); en fin, su amor (cf. 1Cel 115; LM 9,3). Y la perspectiva
global con la que se relaciona con él, como hemos dicho, es seguirle «pobre y
crucificado». Así denuncia las riquezas y el poder de la Iglesia, resitúa la
veracidad de su discurso, reorienta su vida hacia el servicio (cf. Mc 10,45par)
y su actividad hacia los marginados, que es la herencia que deja Jesús a sus
seguidores, como anuncio (cf. Mc 16,15par; 1Cel 97) y como práctica (cf. Jn
13,34).
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