Pilar Sánchez Álvarez
Instituto
Teológico Franciscano
Este proceso histórico significa para el hombre
grandes posibilidades materiales pero conlleva responsabilidades
personales, morales e históricas. Los tres elementos que siempre están en juego
en este devenir son la naturaleza, el
hombre y el prójimo.
Todo incremento
de poder frente a la naturaleza es un incremento de dignidad del hombre ante sí
mismo pero también de responsabilidad ante el prójimo; no son elementos
aislados, porque estos progresos inciden en estos tres elementos
necesariamente.
Es imprescindible que el poder sobre ella vaya asociado al poder moral y
espiritual. Un ejemplo claro de esta afirmación es el poder adquirido con el
conocimiento de la energía atómica, el estudio de la naturaleza, de cómo se
comporta la materia, pero debe ir unido
a la reflexión del uso que se haga sobre este conocimiento, la responsabilidad
personal y colectiva de ello, de los beneficios o amenazas para los hombres...
Es en la
Edad Moderna cuando el hombre cambia la mirada admirativa sobre la
naturaleza por la acción de investigar sus leyes, sus ritmos, cómo dominarla,
convirtiendo desde ese momento el saber
en poder.
Sin embargo, para entender ese cambio en el pensamiento, se necesita volver la mirada al siglo XIII porque es cuando se transforma la idea contemplativa
del hombre imagen de Dios, semejante a Él, por otra idea en que precisamente
por ser imagen de Dios puede hacer y deshacer lo que hay, es decir, se hace
imagen hacedora, imagen creadora, transformadora del mundo creado porque ha
recibido de Él el don de crear a partir de la materia o de la realidad.
Después desaparece este sentido
teológico y se seculariza esa idea porque el hombre se quiere origen de sí
mismo, buscando en su mismidad criterios para la acción, sin relación ninguna
con Dios.
Al final de ese proceso la
naturaleza se convierte en cultura, en civilización, porque casi todo el
universo del hombre está transformado, con un orden impuesto por el hombre.
Olegario
González de Cardedal escribe:
La naturaleza, es decir, aquello
que estaba ahí, antes que yo y sin mí, comienza a existir no ya como lo que es
ante todo por sí, sino para mí. La cultura es así el resultado del aumento
permanente del poder científico y técnico del hombre sobre la realidad[2].
El poder absoluto ha tomado dos
formas: la ciencia y la política y ambas
reclaman del hombre confianza y adhesión absoluta, desapareciendo la
naturaleza y el individuo cuando se convierten en estructuras económicas de
producción y de instituciones sociales.
Por supuesto, la ciencia y la
técnica son necesarias y ventajosas para
el hombre y aunque tienen sus peligros, sí
son ejercidas con criterios morales y con fines humanizadores son
incuestionables. Lo que sucede es que el
ascenso de poder absoluto en el orden científico se ha revelado como
debilidad del orden moral. Existe una
relación inversa entre ambos órdenes olvidando que una sociedad humana, tiene que cultivar
valores y experiencias que no nacen de la ciencia.
Otro poder absoluto es el llamado
Estado Moderno, que cada vez más invade el espacio del individuo, que se espera
todo de él, y se le reclaman derechos, pero que cada vez es más exigente,
llegando a la tiranía. Toda institución humana tiene que tener una substancia
jurídica; y esta, una sustancia ética. Para ello es necesario elaborar una
ética civil y una cultura abierta en los que coincidan el mayor número de
realidades y esperanzas de los ciudadanos.
El teólogo
sostiene:
Todo poder, para permanecer
humano, remite a la conciencia y al prójimo, y tiene mayor base de sustentación
y perduración en la medida en que sea capaz de llegar en libertad a más amplias
capas de la conciencia y de prójimos[3].
El autor
expone que el tema de un hombre generado in vitro, mejorado genéticamente,
biónico, e incluso, clonado, se trata con naturalidad, ya sea para oponerse a
ello o para defenderlo. El tema legal no esta claro y algunas publicaciones
hablan de un nuevo salto evolutivo del hombre máquina; del mundo artificial como todo aquello
incapaz de aparecer de manera espontánea fuera del hábitat del ser humano o de
cualquier derivación de dicho hábitat, despreciando todo lo natural y la naturaleza propiamente
dicha; de la clonación; de la biónica; del ser posthumano; de la selección de
genes de un embrión...
La
tecnología es siempre neutral y lo que puede ser bueno o malo es su aplicación.
Arnold
Gehlen[4] afirma que el conjunto de ciencia, aplicación
técnica y aprovechamiento industrial hace tiempo que es en sí mismo una
superestructura automatizada y totalmente indiferente respecto a lo ético.
Pero lo más grave
de esta deshumanización es la comprensión filosófica del hombre en este
contexto, el rechazo de una ontología antropocéntrica, bien negando que el
sujeto sea lo primordial en la realidad, pasando del sujeto al objeto,
(anulando todo teología), bien viendo el
problema humano en la dialéctica hombre-animal
siendo la biología quien tiene la primera y la última palabra, o bien,
la reducción antropológica a la física, siendo
el hombre solo materia.
Es cierto que en el momento
actual hay un rechazo de la razón a estas posiciones, y a los movimientos de
corte fascista que generaron estas compresiones antropológicas.
Después de
lo expuesto, frente a estas posiciones deshumanizadoras hay que recuperar la
conciencia entendiéndola como con-ciencia,
es ciencia y algo más. El teólogo anteriormente mencionado, informa respecto a
la con-ciencia:
Ese con remite al orden
personal, donde la racionalidad se inserta la totalidad de lo real y se ordena
al prójimo, individual y colectivo. Hay que defender la razón y la conciencia[5].
Olegario González de Cardedal, no
da consejos, ni normas, sino que presenta modelos de humanidad, con personajes
diversos, personas que dejan cauces a la conciencia, a la razón, implantados en
la realidad, libres, que tuvieron ciencia y vivieron con conciencia en nuestra
historia.
Al hablar de la conciencia y el
prójimo el pensamiento del siglo XX ha tenido que:
1. Reconquistar el yo frente a
los poderes del ello; primacía de la conciencia sobre la ciencia. Se lo debe al existencialismo y al
personalismo.
2. Recuperar el tú frente a los poderes del yo:
conquista de la alteridad, frente a ontologismos e idealismo alemán, realizada
por la reflexión normalmente religiosa, en primer lugar judía y luego católica,
que ha iluminado la sacralidad de cada rostro humano y su inviolabilidad y por el pensamiento marxista, que ha hecho
que el tú se enfrente al yo para reclamar la suyo.
El hombre está ordenado al otro y
desde este aserto surge una ontología, una ética y una teología, porque solo
ante la alteridad el hombre se reconoce
a sí mismo, y frente a ese otro, aparece
el consentimiento y el rechazo, pasando la racionalidad a segundo plano,
entrando en juego la voluntad, la libertad, el amor y el desamor.
Con el
prójimo, la conciencia sabe de él y sabe también de sí mismo. Dios, como
prójimo absoluto, viene por la palabra y por la faz del prójimo y con El
adquiere sentido su vida. Para recuperar
la dignidad humana es necesario recuperar la conciencia, salir de sí mismo y
desbordarse hacia el prójimo.
González de
Cardedal afirma que hay que hacer un triple proceso para recuperar la
conciencia :
• Anagnórisis o reconocimiento de
su interna deshumanización
• Catarsis o purificación del
pasado
• Metamorfosis o transformación
hacia un nuevo sentido con nuevos valores.
El asevera en el mismo libro, al contemplar a Dios en la
Cruz, a ese Dios amor:
El hombre ha sabido
definitivamente quién es él mismo, cuando ha descubierto al otro como prójimo y
sobre todo cuando a uno de sus hermanos, próximo y cercano a su historia, le ha
reconocido como Dios. Este prójimo absoluto nos ha permitido saber de nuestra
identidad. Por ser él nuestra suprema circunstancia, nuestro tú de
enfrentamiento en suprema debilidad, y vulnerabilidad, sabemos ya los hombres a
qué estamos llamado. Esa proximidad ha constituido el sello definitivo y el
definitivo trascendimeinto a la vez de nuestra conciencia.
Una de las proposiciones actuales es
reivindicar que el progreso acaba con lo religioso, es decir, siguiendo lo
manifestado por el llamado proceso de secularización, los avances científicos,
la tecnología, acabaría con la religión, aserto que no se ha cumplido después
de varias décadas en que se mantenía esta afirmación como un hecho incuestionable.
Afirma que entre Ciencia y Fe no
hay contradicción, porque el dios que encuentra la ciencia como causa primera,
como origen del universo, es un dios que no basta, este dios sería un primer
paso para llegar a Dios personal, providente y actuante.
Así mismo,
el Papa Benedicto XVI cuando era profesor de teología en la Universidad de
Bonn en la conferencia El Dios de la fe y el Dios de los filósofos
hacía ver cómo en realidad no se contraponen, sino que de alguna manera se
complementan. En esta conferencia afirmó
que obviamente el Dios de la fe va mucho más allá del Dios de los filósofos,
pero no es algo que se opone o se contrapone, sino que ya el paso sucesivo es
ese encuentro personal, porque Dios no es simplemente una Causa Primera, ese
Motor Inmóvil de Aristóteles, sino que es un Dios personal que entra en
relación con sus creaturas. La relación entre el Creador y las creaturas no
solo como Causa Eficiente, es también una relación que implica, en el caso del
hombre, una relación interpersonal. Y por eso hace falta dar ese paso del
encuentro con el Dios Vivo, el Dios que entra en relación y en comunión con el
hombre.
El Padre
Rafael Pascual insiste en la entrevista
antes mencionada, que no hay que
tener miedo a la razón, porque la razón no es enemiga de la fe, es un don de
Dios y por tanto, el cristiano tiene que
formarse.
Según el teólogo, resulta
relevante comprender el rol de las ciencias “algunas de ellas aportan eficacia,
como la física o la química, transforman la materia y nos facilitan la vida.
Otras ciencias como la filosofía abren la inteligencia y el corazón humano a
otras fuentes de esperanza y la teología se abre a una fuente de esperanza
absoluta con Dios y a una dignificación íntima de la vida humana”.
Ninguna ciencia debe pretender
ser absoluta, porque no pueden responder a los grandes interrogantes del hombre
sobre su origen, verdad o muerte. Solo la teología puede aclarar su sentido a
la luz de figuras creadoras, comenzando por Jesús de Nazaret.
Si se entiende el poder científico o político
con conciencia, el progreso científico
unido a la ética, al hombre como alteridad y encuentro con el Dios
personal, no existe contradicción entre razón y fe.
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