Francisco
de Asís y su mensaje
XXII
El camino de la filiación personal
c. El Espíritu. El proceso humano de
desligarse del mal y caminar a la luz del amor, de configurarse con la persona
y misión de Jesús, se hace en el Espíritu, que habita en la interioridad humana
(cf. Rom 8,9-11). Él une al creyente en Cristo dándole la identidad de hijo de
Dios (cf. Rom 8,14-16) y la posibilidad para serlo, pues grava en el corazón la
ley de Cristo (cf. Gál 6,2; 1Cor 9,21), que no es otra sino el amor (cf. Gál
5,6.14), el amor de Dios (cf. Rom 5,5), y todos los valores que se derraman de
él: «gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio
propio» (Gál 5,22; Ef 5,9). Por eso, el Espíritu es el que reúne a los
cristianos concediéndoles la paz (cf. Gál 5,21) y la libertad (cf. Gál 5,18), y
también los incorpora al cuerpo glorioso, resucitado del Señor (cf. 1Cor 6,17),
dispensándoles la vida eterna (cf. Gál 6,8).
Pablo lo resume en un
párrafo de su carta dirigida a los cristianos de Filipos: «Más aún, todo lo
considero pérdida comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de
ganarme a Cristo y estar unido a él. No contando con una justicia mía basada en
la ley, sino en la fe de Cristo, la justicia que Dios concede al que cree.
¡Oh!, conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus
sufrimientos; configurarme con su muerte para ver si alcanzo la resurrección de
la muerte» (Flp 3,8-11). El conocimiento de Cristo se entiende como una
relación personal, como una revelación personal: quien elige es Dios por medio
de Cristo, quien obedece es el hombre; y la comunión con Cristo conduce a
reconocer su «señorío» en orden a la salvación. Si esto es así, es lógico que
dé por perdida toda su fe anterior en la justicia de la ley, en la
autosuficiencia que lleva pareja una vida dirigida según las tradiciones
emanadas de la ley. Pablo desea que Dios le encuentre en Cristo al final de sus
días y, además, los cristianos le encuentren en Cristo en la vida presente para
aprender a caminar en la vida «nueva» que él ofrece. Y para ello no existe
problema alguno, ya que para llevar a cabo la vida «nueva» Dios ha conferido su
potencia de gracia, su relación de amor, a Cristo con la Resurrección. Así es
posible superar todas las situaciones de la vida provenientes del hombre
«viejo», de la debilidad humana (cf. 2Cor 12,9-10), que impiden caminar en la
senda del Señor (cf. Flp 1,21). La comunión con Cristo lleva aparejada, por una
lado, la participación en sus sufrimientos, en su cruz en la que quedan fijados
todos los males de esta vida y que Pablo los considera muertos en la muerte de
Jesús, impotentes para significar algo en la vida «nueva» (cf. Rom 6,6; 8,3;
Gál 2,19; 2Cor 4,10); y la comunión con Cristo, por otro lado, entraña la
pertenencia a la vida de resurrección que alcanzará a todo su esplendor en la
plenitud de los tiempos.
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