La misericordia en San Francisco
II-5
1º Reconducir la vida personal
La llamada divina afecta
directamente a su ser. Sin tocar la gratuidad de la fe y de la vida, el «todo
es gracia», hay una parte de nuestra existencia que, al cambiarla el Señor, se
debe reconducir. Me refiero al dominio de
su voluntad. La opción que hace de seguir a la letra a Jesús pobre y
crucificado le conduce a despojarse de todo. La pobreza
le coloca en la situación de los marginados de la tierra. Pero no sólo eso. Más
importante para él es la pobreza como vacío de sí que aprende del Hijo de Dios
cuando asume la vida humana, o de la afirmación del himno de la carta a los
Filipenses: «[Cristo] siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a
Dios; sino que se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, haciéndose
semejante a los hombres»[1]. Francisco sigue a Jesús
pobre y crucificado; esto hace que se ajuste su interioridad conflictiva, porque no le regalan la minoridad y su
ser siervo. Las ínfulas de poder y enriquecimiento que vive en su familia y
sociedad[2] son una muestra del cambio
de vida que tiene que hacer, aunque la motivación y la conversión ciertamente
sea un don de Dios. Por un lado le lleva a reconocer su situación real ante
Dios, «... porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más»[3], y por otro lado, desde
Dios ante el mundo: «Confieso, además, al Señor Dios Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo [...] todos mis pecados. En muchas cosas he ofendido por mi
grave culpa [...] o por negligencia, o por ocasión de mi enfermedad, o porque
soy ignorante e iletrado»[4]. La relación que Dios
mantiene con él le hace ser consciente de su culpa y de la necesidad de
liberarse del mal instalado en su yo: «... superándose a sí mismo, se llegó a
él [leproso] y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más
en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total
victoria sobre sí mismo»[5]. De esta
forma controla la soberbia y la vanagloria que son las que someten a Dios, a
los demás y a la creación a los intereses personales.
Otro aspecto que se da, a la vez, de
la penitencia es el seguimiento
de Jesús. Cuando Francisco emprende el camino de la penitencia,
llama la atención a sus conciudadanos de Asís, y no precisamente para su
edificación. En un determinado momento se le unen tres personas muy conocidas
en la ciudad: Sabbatino, Morico y Juan de Capella, que obedecen las órdenes del
Poverello de vivir de la limosna. Entonces les echan en cara «que habían dado
sus bienes propios para consumir los ajenos [...] Sus mismos parientes y
consanguíneos los hacían blanco de su persecución. Otros ciudadanos hacían
burla de ellos, como de memos y locos, porque en aquellos tiempos a nadie se le
ocurría dejar sus propios bienes para luego pedir limosna de puerta en puerta».
Así se concreta en la Regla: «Y guárdense los hermanos y sus ministros de ser
solícitos de sus cosas temporales, para que libremente hagan de sus cosas lo
que el Señor le inspirare. Con todo, si se busca un consejo, tengan licencia
los ministros de enviarlos a algunos temerosos de Dios, con cuyo consejo sus
bienes se distribuyan a los pobres»[6]. Hasta el obispo de Asís,
a quien Francisco confía todos sus propósitos y con el que contrasta cada nuevo
paso que da para seguir a Jesús según el Evangelio, le aconseja que desista de
vida tan dura. Francisco acierta en la respuesta: «Señor, si tuviéramos algunas
posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas
y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios y del
prójimo; por eso no queremos tener cosa alguna temporal en este mundo»[7]. De esta forma legisla
para la fraternidad, cuya firmeza se acentúa conforme pasan los años:
«Guardémonos, por lo tanto, los que lo dejamos todo no sea que perdamos por tan
poca cosa el reino de los cielos. Y si en algún lugar encontráramos dinero, no
nos preocupemos de él, como del polvo que hollamos con los pies, porque es vanidad de vanidades y todo vanidad»[8]; «Mando firmemente a todos
los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecunia por sí ni por
interpuesta persona»[9]; y en el Testamento enfatiza la firme obediencia
en la no posesión de cosas, viviendas o privilegios, reduciendo los bienes al
intercambio por el trabajo, peculiaridad de las sociedades agrícolas: «Y yo
trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los
otros frailes trabajen en trabajo que conviene a la decencia. Los que no saben,
aprendan, no por la codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el
ejemplo y para rechazar la ociosidad»[10].
Por consiguiente, Francisco
cambia de vida al escuchar al Señor e introducirse en la historia de Jesús,
hechos que le conducen a liberarse de los valores que establecen el poder entre
los hombres —escena con su padre y el obispo de Asís[11];
revelación de Dios proponiéndole una nueva misión —palabras que le dirige el
crucifijo[12];
descubrimiento de un «mundo nuevo», que supone una «vida nueva» para la que hay
que «nacer de nuevo» —el encuentro con el leproso[13]. La
clave del cambio de vida —la experiencia de Dios como amor—, la coloca
Francisco cuando le habla el crucifijo[14];
Clara de Asís piensa igual[15]. Tal
experiencia de amor entraña una visión del pasado de su vida, un movimiento
hacia atrás por el que comprueba la inutilidad de los proyectos familiares y
sociales; a esto alude cuando dice «salí del mundo»[16],
entendido el mundo como la inclinación al mal[17], la
vanidad[18] y la
soberbia y el poder que provienen del poseer[19].
[1] Flp 2,6-7; cf. Jn 1,14.
[2] Cf. 1Cel 1-2; LM 1,1
[3] Adm 19,2; cf. Adm 12,1-3; 13,2.
[4] CtaO 38-39; Tes 29.
[5] 1Cel 17; cf. Rnb 17,9-16
[6] Rb 2,7-8; cf. Rnb 2,1.5.
[7] TC 35; cf. AP 15
[8]
Rnb 8,5-6; textos citados: Mc
10,28par; Eclo 1,2.
[9] Rb 4,1; cf. Rnb 8,1-12.
[10] Test 20-21; cf. 24-25.
[11]
Cf. 1Cel 8-15; cf. supra 1.2.3. 1º
[12]
Cf. 1Cel 10; LM 2,7.
[13] Cf. 2Cel 9; LM 1,9; cf.
infra, III. 3.1.3. 2º a.
[14] Cf. Test 1-4; Rnb 22,9.47-48; 23,3;
1Cel 33. 69.
[15] TesCl 9-10: «Pues el
mismo Santo, cuando aún no tenía hermanos ni compañeros, casi inmediatamente
después de su conversión […], mientras edificaba la iglesia de San Damián,
donde, visitado totalmente por la consolación divina, fue impulsado a abandonar
por completo el siglo».
[16]
Test 4; cf. 1Cel 33.
[17] 2CtaF 63-67: «Por
otra parte, todos aquellos que no viven en la penitencia y no reciben el cuerpo
y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y cometen vicios y pecados; y los que
caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos, y no observan lo que
prometieron, y sirven corporalmente al mundo por los deseos carnales, por los
cuidados y preocupaciones de este siglo y por los cuidados de esta vida, engañados
por el diablo, de quien son hijos y hacen sus obras (cf. Jn 8,41), son ciegos,
porque no ven la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo. No tienen la
sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios en sí, que es la
verdadera sabiduría del Padre; de los cuales se dice: Su sabiduría ha sido
devorada (Sal 106,27)»; cf. 1Cel
22.
[18] Rb 10,7-8: «Pero amonesto y exhorto en el Señor
Jesucristo que se guarden los frailes de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia
(cf. Lc 12,15), cuidado y solicitud de este siglo (cf. Mt 13,22), detracción y
murmuración; y no cuiden los que no saben letras de aprender letras; sino que
atiendan a que sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y
su santa operación»; cf. 1Cel
5.
[19] SalV 10-11: «La pura santa Sencillez confunde toda la Sabiduría
de este mundo (cf. 1Cor 2,6) y la Sabiduría del cuerpo. La santa Pobreza
confunde a la Codicia y a la Avaricia y a los Cuidados de este siglo »; cf. 1Cel 8 ; son las tres propuestas que se
le hace a Jesús para desviarlo de la misión que Dios le encomienda hacen para romper
su relación filial (cf. Lc 4,1-13; Mt 4,1-11).
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