LA RESURRECCIÓN
III
Para la resurrección de
los cristianos
La
esperanza cristiana de la resurrección nacida de la doctrina y experiencia de
Jesús resucitado se desarrolla en la doctrina escatológica judía. Lo observamos
en la defensa de la resurrección final para los difuntos previo juicio divino: «Con
tu contumacia y tu corazón impenitente tú acumulas cólera para el día de la
cólera, cuando se pronunciará la justa sentencia de Dios, que pagará a cada
uno según sus obras (Sab 62,12): a los que buscan gloria, honor e
inmortalidad perseverando en las buenas obras, vida eterna. A los que por
egoísmo desobedecen a la verdad y obedecen a la injusticia, ira y cólera» (Rom
2,5-8). La justa retribución es una cuestión que corresponde al poder de Dios: «...
a juicio de Dios, de quien se fió [Abrahán], que da vida a los muertos y llama
a existir lo que no existe» (Rom 4,17).
En
el cristianismo, la esperanza de la resurrección futura descansa ahora en la
acción que Dios ha realizado con Jesús. Se produce una correlación entre la
resurrección de Jesús y la resurrección de los cristianos. Si sucedió en Jesús
ocurrirá la de los bautizados en él, y si la de los bautizados no se da, es que
la de Jesús es falsa: «Ahora bien, si se proclama que Cristo resucitó de la
muerte, )cómo
decís algunos que no hay resurrección de los muertos. Si no hay resurrección de
los muertos, tampoco Cristo ha resucitado» (1Cor 15,12-14). A esto se añade la
progresiva centralidad de Jesús para la salvación, que en el tiempo de la
resurrección actuará en la función que le daba el judaísmo a Dios: «Todos hemos
de comparecer en el tribunal de Cristo, para recibir el pago de lo que hicimos
con el cuerpo, el bien y el mal» (2Cor 5,10; cf. Mt 25,31-46). En otros textos,
sin embargo, permanece un equilibrio más acorde con la historia de la
salvación: «Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, lo mismo Dios, por
medio de Jesús, llevará a los difuntos a estar consigo» (1Tes 4,14), o «cuando
todo le quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y
así será Dios todo en todos» (1Cor 15,28).
Otro
tema de honda raigambre judía es el cuándo de la resurrección final. A
unos 20 años de la resurrección de Jesús y vivas en las comunidades cristianas
la expectativa inminente del tiempo final, se le presenta a Pablo el problema
de los que han fallecido con esta esperanza y sin alcanzar el momento de la
restauración de la creación. El Apóstol responde en los mismos términos que
hemos leído de la tradición apocalíptica judía: «... los que quedemos vivos
hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los ya muertos; pues el Señor
mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta
divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los cristianos muertos;
después nosotros, los que quedemos vivos, seremos arrebatados con ellos en las
nubes por el aire, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor»
(1Tes 4,15-18). Antes de este acontecimiento Dios deberá someter a Cristo, el
Mesías, todos sus enemigos: «Pues él tiene que reinar hasta poner todos sus
enemigos bajo sus pies (Sal 110,1); el último enemigo en ser destruido es
la muerte» (1Cor 15,25-26), acontecimiento que también se toma del mundo
apocalíptico judío.
Sobre
la identificación de los justos resucitados existe una coincidencia
entre los que escriben con una misma mentalidad y se están sirviendo de
tradiciones comunes. Sabemos de la transformación que sufrirán las personas
fallecidas cuando adquieran la nueva identidad donada por Dios al final de los
tiempos. Ellas recuperan la imagen y semejanza divinas que llevan de Dios desde
el comienzo de la creación (Gén 1,26) y se les habilita para mantener una
relación con Él, que es imposible sostener en el actual estado de corrupción: «...
os digo que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la
corrupción la incorrupción» (1Cor 15,50); por eso la acción divina se orienta a
recrear la persona para capacitarla a una vida sin fin dentro de la dimensión
divina: «Os comunico un secreto: no todos moriremos, pero todos nos
transformaremos. En un instante, en un abrir y cerrar los ojos, al último toque
de la trompeta [que tocará], los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros
nos transformaremos. Esto corruptible tiene que revestirse de incorruptibilidad
y lo mortal tiene que revestirse de inmortalidad» (1Cor 15,51-53). Este futuro
de la vida resucitada tiene dos repercusiones en la existencia terrena: en el
presente se debe realizar el bien que Dios retribuirá en el futuro y hay que
preservar el cuerpo y la carne de cualquier pecado que corrompa la base sobre
la cual Dios los transformará en un cuerpo de resucitado. Repetimos, todo esto
se funda en que dicho Dios
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