lunes, 19 de mayo de 2014

VI de Pascua: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor»

                                                     VI DE PASCUA (A)      


                «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor»

Lectura del santo Evangelio según San Juan 14,15-21.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.


1.- El Señor. Jesús está reunido con sus discípulos. Sabe de la marcha inminente a la gloria del Padre. En la despedida les deja su testamento: la presencia de su estilo de vida, de su salvación en los gestos y frases que pronuncia al partir y repartir el pan y beber el vino de una misma copa. A continuación les asegura que no les dejará solos para que el mundo del mal no los seduzca. El Padre enviará el Espíritu  que mantendrá a Jesús vivo entre ellos; y  hará posible que la relación con él no se deteriore en su nueva dimensión de resucitado. Es más: los discípulos se fortalecerán ante todo el mundo por el poder que les dará dicho Espíritu. El Espíritu los transforma según la vida de Jesús para que puedan ser testigos de sus valores en todas las culturas. Jesús asciende a la gloria divina y el Señor, por su Espíritu, hará que la presencia de su Hijo no desaparezca jamás. Este es el convencimiento que tenemos todos los cristianos, como sucesores de sus discípulos, formando parte de su comunidad, de la iglesia cristiana.

2.- La comunidad. La presencia de Jesús llegará a todas las naciones gracias al poder del Espíritu que nos infundirá la fuerza necesaria a los que formamos su comunidad. Somos testigos de historia de Jesús a lo largo y ancho del espacio y del tiempo. Recibimos el Espíritu para cumplir los mandamientos de Jesús, porque él vivirá en la historia en la medida en que seguimos sus huellas, caminemos en la vida con la bondad servicial que recibimos del Padre y de Jesús. Nosotros no recibimos  el Espíritu en la confirmación en nuestra casa, para después trabajar en un país diferente formando cada uno una iglesia diferente. Recibimos el Espíritu en comunidad eclesial para fortalecer la pertenencia común a la fraternidad que Jesús formalizó en su misión en Galilea. Y ello sólo es posible ahora, en nuestra vida, si situamos de nuevo a Jesús en nuestro corazón para que se imponga su estilo de vida en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades cristianas y religiosas. El Espíritu nos reúne para que formemos una comunidad, es decir, establezcamos unas relaciones de amor. Y después marchemos a proclamar la Resurrección en nombre del Señor en cuanto pertenecientes a una misma comunidad, a una misma Iglesia.




3.- El discípulo.  Nosotros, como seguidores de Jesús, sabemos que estamos vinculados a una misma comunidad porque obedecemos y cumplimos el mandamiento de su amor. El mundo sabe que Jesús vive en la historia humana porque nos amamos, porque somos testigos y actuamos su amor sin límites a las personas que no aman, que se sientes solas, que malviven al margen de la dignidad y de los derechos humanos.  Andamos los cristianos por la vida sabiéndonos amados por el Padre y el Hijo. El Espíritu transmite dicho amor y convencimientos. Dicha relación de amor es una fuerza que poseemos para no cansarnos en el amor gratuito y libre a todos los que nos necesitan. Y sólo ese amor del Padre y del Hijo revela la corriente de amor que crea, rehace la vida y la lleva al límite para que la recoja el Señor y le dé la salvación eterna. El Espíritu, poco a poco, nos transforma en personas que al final sólo viviremos desde Amor, que es Dios (1Jn 4,8.16) para amar a los hermanos. 

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