DOMINGO IV
(B)
«Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen»
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 1,21-28.
Llegó
Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se
quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino
con autoridad.
Estaba
precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso
a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús lo increpó: -Cállate y sal de
él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos
se preguntaron estupefactos: -¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es
nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen.
Su
fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de
Galilea.
1.- Texto. Jesús llega a Cafarnaún, la ciudad donde tenía su casa (cf. Mt 4,13).
Va a la sinagoga, toma la palabra, como puede hacer cualquiera que asiste, y comenta el párrafo leído de la ley o los
profetas (cf. Lc 4). Imparte una enseñanza que los asistentes distinguen de los
expertos en la Escritura sagrada. Los escribas enriquecen el texto con citas
paralelas aclaratorias y verificaciones en los acontecimientos y actitudes de
Israel en las relaciones que mantiene con el Señor: el éxodo, los castigos por
traiciones, el destierro, etc.. Sin embargo, Jesús enseña con autoridad.—
A continuación advierte que hay un hombre poseído por el diablo, que, de una
manera insospechada, reconoce la identidad de Jesús. Jesús no le pide, como a
los enfermos, su confianza para poder curarlos. Aquí no. Se dirige directamente
al diablo y le vence. Devuelve la libertad al poseído, o al enfermo mental, o
al demonizado por los poderes sociales, cualquiera de los tres casos son
posibles, y la gente ratifica la autoridad de su palabra que también proviene
al acompañarla con los hechos salvadores.

2.-
Mensaje. Jesús vence al espíritu impuro que está en el lugar donde se proclama y
explica la Palabra del Señor. Israel, que tanto ha luchado para separarse de
los pueblos impuros, —gentiles los llaman—, que trata de poseer una tierra
libre de los dominadores paganos romanos, resulta que tiene en su interior al
que origina el mal y convierte su tierra y sus espacios sagrados también en
impuros. Ni los sabios escribas, ni los obedientes fariseos han identificado el
«cáncer» que tiene la sinagoga en su interior. Jesús proclama otro Dios, que
está acercándose pleno de amor y misericordia, amor que descubre quién sufre,
por qué sufre, la forma de remediarlo, y si no es posible, cómo vivir el
sufrimiento. Es otro Dios el que proclama; es una vida nueva la que ofrece (cf. Jn 3),
transmitida por una Palabra que actúa lo que transmite.
3.-
Acción. Los cristianos debemos
descubrir los males que aquejan a la Iglesia en su interior y los males que
degradan a las instituciones sociales y a la gente. Pero el descubrimiento no
puede quedar sólo en denuncias. Hay que sacar el mal a la luz y, a la vez, poner
el remedio para que la vida nueva de Jesús pueda devolver la libertad a los
esclavos de tantos vicios e ídolos, la gracia a los pecadores, la salud a los
enfermos, la formación a los ignorantes, la compañía a los que se sienten solos, el amor a los que sólo saben vivir para sí, etc., etc. Para actuar de esta
manera, tanto individual, como colectivamente, los cristianos debemos experimentar
la novedad de vida que se crea participando de la bondad del Señor y nos da la
capacidad para descubrir las mil caras con las que se presenta el mal a nuestro
alrededor.
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