lunes, 23 de marzo de 2015

«Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»

                                                       DOMINGO DE RAMOS (B)


                                                        Procesión de las Palmas

            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 11,1-10.

            Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto.
            Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: -¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: ―Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!

1.- Texto. Jesús viaja a Jerusalén con sus discípulos para celebrar la Pascua, como tantos peregrinos lo hacen formando largas caravanas. Caminan de Jericó a Jerusalén (Mc 10,46) pasando por el monte de los Olivos. Jesús manda a dos discípulos a un pueblo vecino para que recojan un borrico en el que nadie ha montado aún , como signo de la dignidad del que lo va a subir. Si alguien se opone a la acción, en cierto modo lógica, Jesús les dice que es el «Señor» quien lo manda, es decir, el que está sobre todos, al menos sobre sus seguidores. Con ello eleva la orden por encima de cualquier lógica histórica y da contenido al mensaje que se comunica a continuación: el hijo de David va a entrar en Jerusalén para tomar posesión de la ciudad (cf. Mt 21,9). La escena está elaborada a partir de un texto de Zacarías (9,9) como trasfondo: «Alégrate, ciudad de Sión: aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra» (cf. Mt 21,5). Los discípulos y la gente que le acompaña forman un tapiz sobre el suelo para que pase por encima el rey mesías (cf. 2Re 9,12-13). Al gesto de extender sobre el suelo los mantos y las ramas de olivo se une una doble aclamación a Dios. La primera se realiza a través del mensajero que manda: el mesías rey que aparece para instaurar su Reino. La segunda se dirige a Dios mismo en su morada que está en lo más alto. Así se le reconoce toda su gloria.

2.- Mensaje. Jesús entra en Jerusalén como mesías rey según la creencia cristiana. Por medio de su pasión, muerte y resurrección,  Dios ofrece la salvación a los hombres. No es ningún político ni un militar ensoberbecido de sus triunfos. Lucas lo narra en un tono de inmensa alegría. Los discípulos han contemplado sus milagros y han escuchado su palabra en su recorrido por Palestina. Por eso alaban a Dios a su entrada en Jerusalén, como al inicio de su vida lo hicieron los pastores en Belén (cf. Lc 19,37; 2,20). Las aclamaciones que recibe Jesús a las puertas de Jerusalén no tienen eco alguno en los que la habitan. Comprobaremos que las autoridades y el pueblo se pondrán en su contra y pedirán su muerte (cf. Mc 15,11-15par). Lucas lo avisa: «Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Replicó: Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 20,39-40). Pero él entra en son de paz, ya que es un mesías humilde y sencillo, como dice la cita de Zacarías. Es un observación a la acusación de Caifás en el proceso religioso (cf. Mc 14,61-62par) y a las voces que se oyen como injurias cuando está clavado en la cruz (cf. 15,32par). No deben existir equívocos sobre la identidad modesta y pacífica del mesías, del sentido que comporta su Reino, como antes le ha sucedido a Pedro (cf. Mc 8,27-38par), porque el pueblo cree que el mesías posee el poder divino, como su filiación participa de la omnipotencia del Todopoderoso. Mesías, Hijo y Rey serán títulos que se barajarán en los procesos ante el sumo sacerdote y Pilato y constituirán la causa de la condena, y sus contenidos deben estar claros al principio del debate definitivo de Jesús con los responsables religiosos de Israel.

           
3.- Acción. Jesús es un mesías que viene a Jerusalén para comunicar la paz y la salvación, y sus habitantes le contestarán con la muerte. Se presenta con la debilidad externa que declara su imagen no violenta y pacífica que resalta al entrar montado en un asnillo, como suelen ir los responsables de los pueblos cuando van a las ciudades en tiempos de paz para concederles favores y privilegios (Jue 5,10). No cabalga sobre un caballo dispuesto a entrar en combate o para sitiar y conquistar una ciudad, como acentúa el verso siguiente del profeta que da pie a la narración: «Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará la paz a las naciones» (Zac 9,10; cf. Is 62,11). Lucas apunta que el mensaje de paz dado en Belén cuando nace Jesús es a la tierra (cf. Lc 2,14); ahora, que visita Jerusalén, la paz pertenece a Dios que está en el cielo, como su gloria. Y la meta de la misión de Jesús es la gloria, donde va a residir para siempre (cf. Jn 13,32-33), y no la muerte en cruz. También la aclamación de los discípulos: «Paz en el cielo, gloria al Altísimo» puede ser una referencia velada a Jerusalén, ansiosa de esa paz que él ofrece con su presencia en estos momentos.


                                                                       Misa

                                                     «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»


           
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos, 14,1-15                         

           
1.- Ni los hechos ni los dichos de Jesús, por más que reforman y ofrecen aspectos nuevos de la religión judía de su tiempo, entrañan por sí mismos un riesgo para su vida, y mucho menos para que tenga un final tan trágico. Porque la vida de Jesús termina mal. Los responsables religiosos de Israel comprenden en un determinado momento, sobre todo con la presencia de Jesús en Jerusalén, que éste puede romper la paz establecida entre Roma y la aristocracia del pueblo. Para silenciar el mensaje creen indispensable acabar con el mensajero. Entonces elaboran una fina estrategia habida cuenta del estilo de gobierno fundado en un Estado de derecho que Roma lleva en Judea. Y los sumos sacerdotes vencen a Jesús y a sus discípulos. 
           
2.- Los relatos evangélicos de la pasión y muerte reflejan dos niveles de comprensión distintos y están divididos en cuatro bloques bien delimitados: arresto, proceso judío, proceso romano y muerte. El primer nivel ofrece un interés muy especial por las últimas horas de la vida de Jesús, lo que obliga a que todo lo que le sucede se ordene de una manera que no ha aflorado en el ministerio por Palestina. Dos días antes de la Pascua se busca el motivo de su condena (cf. Mc 14,1); en la víspera de la Pascua Jesús envía a dos discípulos para preparar la Cena (cf. Mc 14,12); la celebra con los Doce al anochecer (cf. Mc 14,17); Pedro niega a Jesús al canto del gallo (cf. Mc 14,72); muy de mañana comienza el proceso romano (cf. Mc 15,1); Jesús muere hacia el mediodía (cf. Mc 15,25.33) y es enterrado al caer la tarde (cf. Mc 15,42).
La precisión cronológica se acompaña con la mención de los lugares. Los hechos acontecen en la ciudad santa de Jerusalén: sufre la agonía y es arrestado en Getsemaní (cf. Mc 14,32); se le instruye el sumario en la residencia del sumo sacerdote y se le procesa y condena en el antiguo palacio de Herodes el Grande en la capital (cf. Mc 14,53par; 15,1); se le crucifica en el Gólgota (cf. Mc 15,22) y se le entierra en un lugar cercano (cf. Mc 15,47).
            A esto se unen los personajes que aparecen en este tiempo final de su vida. Los Doce, con el protagonismo de Pedro (cf. Mc 14,66-72) y Judas (cf. Mc 14,20-21.43-45); los sumos sacerdotes, entre los que destacan Anás y Caifás (cf. Jn 18,13); las autoridades civiles: Pilato (cf. Mc 15,1-15) y Herodes (cf. Lc 23,8-12); personas singulares como Barrabás (cf. Mc 15,7), Simón de Cirene (cf. Mc 15,21), José de Arimatea (cf. Mc 15,43), o anónimos como el centurión (cf. Mc 15,39), el buen ladrón (cf. Lc 23,40); o colectivos como los criados y guardias de los sumos sacerdotes (cf. Mc 14,43.65), los testigos (cf. Mc 14,56), los soldados (cf. Mc 15,16-20), los verdugos (cf. Mc 15,36), los crucificados (cf. Mc 15,27.32), un grupo de mujeres que lamentan su estado (cf. Lc 23,27), las seguidoras cuyos nombres varían de un Evangelio a otro, situadas a distancia (cf. Mc 15,40-41), o al pie de la cruz, en donde Juan nombra a su madre, a la hermana de su madre, María de Cleofás, María Magdalena y al discípulo amado (cf. Mc 19,25-27). Todos ellos pertenecientes a un pueblo que exige su muerte (cf. Mc 15,8-15), o por el contrario se pasma y arrepiente de lo ocurrido con Jesús después de verlo morir en cruz (cf. Lc 23,48).
           
3.- Las horas y los días, los lugares y las personas históricas, o acontecimientos redactados por los evangelistas en favor o en contra de Jesús los elevan las tradiciones sobre la pasión a otro nivel mucho más valioso para los creyentes. Jesús es el siervo y justo sufriente que, según las Escrituras, obedece la voluntad de Dios acatando hasta el máximo de sus fuerzas el proyecto de salvación (cf. Mc 14,36). 
            Las interpretaciones de la pasión y muerte, fundadas en la Escritura (arresto de Jesús), reflexionadas al calor del culto (Última Cena), recordadas con el fin de aleccionar a los discípulos de Jesús de todos los tiempos (negaciones de Pedro), escritas con tintes apologéticos (la culpabilidad de los judíos) y confesadas por la experiencia de la Resurrección, se abren paso en las comunidades cristianas ante la evidencia histórica de su crucifixión. Entonces podemos identificarnos con Jesús y recibir de él la adecuada respuesta y experiencia sobre sentimos a Dios lejano, cuando no nos comprenden la familia y los amigos, cuando percibimos que nuestra vida no ha resultado válida ni para los demás ni para uno mismo; cuando creemos que todo y todos se nos vuelven en contra. No olvidemos que fueron las instituciones religiosas y políticas las que segaron la vida y doctrina de Jesús; el Señor no estaba ausente: estaba sufriendo con él. Porque al resucitarlo de entre los muertos, sabemos que estaba junto a él, como está con cada uno de nosotros cuando vivimos las mismas situaciones de Jesús.



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