lunes, 16 de marzo de 2015

San Francisco de Asís: XVII: El hombre nuevo

                                         Francisco de Asís y su mensaje


                                                                 XVII


                                                           El hombre «nuevo»


            Introducción

            Definir qué es el hombre constituye la pregunta permanente de la historia de la humanidad. Muchas disciplinas aportan datos para identificar y describir la condición del ser humano: la biología, la cultura, la paleontología, la etnología, la psicología, la sociología, la filosofía, la teología, etc. Pero no es una tarea nada fácil, pues los resultados científicos se deben contrastar con las diferentes aportaciones de las culturas, las creencias y las biografías individuales, que responden a los interrogantes del origen, sentido y futuro de la existencia. Lo cierto es que el hombre tiene capacidad para preguntarse sobre estas cuestiones básicas que afectan a su historia personal y colectiva, y trata de responder a esas preguntas: por una parte, superando la muerte con la idea de eternidad y, por otra, ampliando y prolongando su vida en el espacio y en el tiempo. El caso es sobrepasar los límites que establece su existencia biológica con las armas de la libertad y la racionalidad.
           
Pero estos poderes se enfrentan en la actualidad con la incorporación a la conciencia humana de la situación que viven muchos pueblos y culturas depauperados. La pregunta sobre el hombre incide primariamente en su existencia y en los elementos básicos que la fundan, como es la alimentación, la bebida, la formación y la salud. A esto se une la ingeniería genética que clarifica cada vez más la constitución biológica del ser humano, con sus beneficios en la prolongación y en la calidad de la vida, como también en sus posibles manipulaciones; no se olvide la descripción de una humanidad quebrada que se aventura en el «Mundo feliz» de Huxley. Además hay diferentes visiones del hombre que transmiten las culturas y el derecho que tienen para vivir en un mundo cada vez más interrelacionado y globalizado. Los sistemas de comunicaciones actuales convierten la Tierra en una «aldea», una aldea ciertamente «común», pero no por ello se justifica la defensa de una cultura única para todos, que suponga la destrucción de lo que han elaborado tantas generaciones humanas sobre su sentido de la vida.
            La visión sobre el hombre que ofrece la revelación recoge las aportaciones que dan otras culturas e ideologías, y las integra en la medida que enriquecen la visión cristiana. Por otra parte, la revelación supone una instancia crítica a las hipótesis que elaboran las ciencias o transmiten las culturas. En uno y otro caso, la teología mantiene una actitud dialogante, porque la fe sólo puede ser relevante para los pueblos si es capaz de encarnarse y ofrecer los valores provenientes del Evangelio.
           
Cuando Dios habla a su criatura lo hace con una Palabra creadora y salvadora: el hombre es «imagen y semejanza» de Dios (Gén 1,26-27), Cristo también es su «imagen» (cf. 2Cor 4,4) y todos somos «imagen de Cristo» por el que tenemos el acceso a Dios (cf. Rom 8,29). La relación de Dios con su criatura forma parte de la historia desde sus orígenes. Por ello el hombre es un ser abierto a la trascendencia, capaz de dialogar con Dios y de escuchar la revelación que Dios hace de sí mismo y de realidad creada. Y la palabra que Dios dirige al hombre no es sólo para definir su identidad, sino para comunicar que está presente en el camino que el hombre hace en la historia con el fin de que realice el proyecto y alcance el objetivo que Él ha diseñado previamente: por eso le ha creado y para ello le ha redimido.

            Veamos la imagen del hombre que aparece en la Escritura con relación a Dios y con relación a Cristo, para actualizarla a partir de los testimonios de Pablo y de Francisco de Asís como seguidores de Jesús.

No hay comentarios:

Publicar un comentario