lunes, 28 de julio de 2014

«Comieron todos hasta quedar satisfechos»

                  Domingo XVIII (A)

                                                                          Evangelio



                                             «Comieron todos hasta quedar satisfechos»


 Lectura del santo Evangelio según San Mateo 14,13-21.

Jesús se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

1.- El Señor.  Jesús se compadece de la multitud que le ha seguido, como se compadece de la viuda de Naín, o de Jairo. El Señor se ha encarnado para asumir nuestros males y hacerlos suyos a fin de curarnos, ponerles remedio, en definitiva, salvarnos de las garras del mal que nos tiene atenazados. Por eso Jesús no nos despide, como querían hacer  los discípulos de la multitud que le seguía. Somos suyos, y le pertenecemos, como le pertenece nuestra hambre, nuestra sed, nuestras deficiencias físicas, psíquicas, espirituales.— El Señor defiende el mundo tan rico que ha creado para que todos nos podamos alimentar; y nos ha dado una inteligencia para producir todo lo que necesitamos, y mucho más. Pero el mal que hay en nuestro interior, con el que hemos configurado parte de nuestra cultura, trastoca la creación divina. Por eso ha venido el Señor: para recrear la vida allá donde nosotros la matamos y  transformar nuestro corazón para que sintamos a los demás como hermanos. Dios no se frena ante el pecado. Ha venido a destruirlo y para que comamos y nos amemos. Lo grandioso del Señor es que ha comenzado nuestra salvación haciéndose uno como nosotros, no por decreto ley o por su omnipotencia divina.

2.- La comunidad. El Señor continúa su labor al dar el Espíritu a su Iglesia. Ella concentra todos los ideales evangélicos que nos hacen caminar por las sendas que ha marcado en su pequeño recorrido por los pueblecitos de la orilla del lago de Galilea.  Si el Señor crea por amor todo  lo que existe  —es su Reino—, Jesús, en su andadura histórica y por su Espíritu, crea la comunidad cristiana, una porción del Reino en la historia, que es consciente de su presencia, de su influencia salvadora, de su acogida y de su sensibilidad amorosa. Nuestra comunidad eclesial será relevante cuando no excluyamos a nadie de nuestras relaciones, cuando demos pan y peces, cuando seamos una instancia crítica ante los pueblos para defender a las personas y grupos marginados, y cuando los bautizados tengamos una sensibilidad de que el reino, al final, será un banquete donde se derrochará toda clase de bienes, esos bienes que los poderosos roban a los débiles en nuestra historia, y que debemos obligarles a que los compartan. 


3. El creyente. Jesús, además de pedir que le sigamos, advierte que seamos conscientes del mal en el mundo —cuando envía los discípulos a expulsar los demonios del pueblo y darle la paz—, que colaboremos con él, es decir, que aportemos los cinco panes y los dos peces. La preparación para evangelizar, el esfuerzo, la formación para identificarnos con las actitudes y sentimientos de Jesús, etc., etc., son fundamentales para que no despidamos a la gente, sino, como Jesús, seamos capaces de compadecernos de los sufrimientos que oprimen la vida de los más débiles.  Y dicha compasión la sentiremos cuando hayamos experimentado las mismas situaciones que sufren tantos indigentes en la sociedad. San Francisco fue a Roma como un pobre y se puso a pedir limosna en las escalinatas de San Juan de Letrán. Es cuando aprendió lo que es pasar hambre y conoció, a la vez, la cantidad de gente menesterosa. Es fundamental que no nos metamos en una burbuja irreal donde sólo imaginemos lo que es la pobreza sin ninguna conexión con la realidad. Nuestra compasión no se debe originar imaginando el sufrimiento, sino experimentándolo.



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