SOBRE DIOS PADRE
II
Xabier Pikaza
Una experiencia
central
Abba no es una palabra
técnica, propia de discusiones eruditas, sino la más sencilla de todas las que
existen, una palabra casi onomatopéyica, que el niño pronuncia y comprende en
el mismo principio de su vida, al referirse cariñosamente al padre (abba), en
unión (a partir) de la madre (imma) como primera de todas las experiencias que
son, al mismo tiempo, profanas y sagradas. No es palabra aislada, que se
entiende por sí misma, sino que forma parte de una relación doble: Imma-Abba,
Madre-Padre. Es una palabra de encuentro personal, de intimidad profunda,
siendo, al mismo tiempo, una palabra social, pues vincula a cada hijo con todos
los restantes hijos de Dios Padre, especialmente con los pobres y expulsados de
la sociedad.
‒ Una palabra, tres
palabras. Por eso, tomada en sí misma, esa palabra alude a un Padre que no
solamente incluye elementos de Madre (es padre materno, padre tierno), sino que
sigue teniendo a su lado a la madre, de la que depende (la Madre es la que
sigue haciendo que el hijo diga Padre), y sigue siempre acogiendo a los
restantes hijos, especialmente a los pobres. Por eso, siendo palabra de la más
fuerte intimida, es principio y exigencia de justicia.
‒ Dios trascendente, Dios
Yahvé… presencia familiar. No basta, por tanto, que el padre sea cariñoso y
paterno, sino que siga teniendo a su lado una madre, pues Abba (Padre) ofrece
una experiencia relacional y sólo tiene sentido dentro de la relación de la
Madre (Imma) con el Hijo (Ben, Bar). No basta tampoco que sea paterno y
materno, si no lleva en sí una fuerte exigencia de justicia, de transformación
social, desde el evangelio.
Ciertos discursos
dogmáticos (ontológicos) cristianos han olvidado esas referencias y han secado
el evangelio, como si sólo se pudiera hablar de Padre e Hijo en perspectiva
patriarcalista (Padre-Dios patriarca da poder al Hijo-Dios, también patriarca),
borrando a la Madre o identificándola de una forma difusa con el Espíritu
Santo, en una línea que parece implícitamente aceptada por los grandes
concilios (de Nicea a Calcedonia: 325 y 451 d.C.). Han olvidado que el Padre y
la Madre, que son un solo Dios, se encuentran vinculados de un modo especial
con todos los hijos, en especial con los más pobres.
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