lunes, 28 de julio de 2014

Las ganas de quejarse

                                         LAS GANAS DE QUEJARSE

                                                                      
Francisco HENARES

No sé si os habrá pasado esto, pero es digno de que hablemos ahora de lo mucho que nos quejamos los españoles. Y me cuento yo entre los primeros. Me quejo siempre  de los políticos, es verdad, pero me ha venido bien leerme una larga entrevista que un periodista le hizo hace meses a Julián Baggini. Es éste un filósofo inglés, aunque el apellido parezca italiano. Tiene 44 años y ha publicado ahora un libro titulado La queja (editorial Paidós). Cuento una anécdota que viene ahí al pelo. Están un español y un inglés en un restaurante. Les sirven dos sopas, y en cada plato hay una mosca flotando. El español, ni corto ni perezoso alza la voz y dice excitado: ¡Camarero, hay una mosca en mi sopa! El inglés llama en privado al camarero y le dice a la oreja: Lo siento, pero hay una mosca en mi plato. Y la señala con el dedo índice. Por eso, Baggini (o su editor) ha querido que en la portada del libro se vea una mosca. El autor  reflexiona, o mejor, explora cómo influye en nuestro alrededor y en toda la sociedad la  costumbre de quejarse, y cómo ese repetirse mucho, se convierte en una patología. Tenemos cerca todos nosotros a personas o familiares que siempre andan quejándose por la vida. Un run-run-run cansino, que nos pone de los nervios a los demás. Supongo que nosotros también ponemos de los nervios a alguien en la vida, seamos sinceros. Supongo, además, que no nos quejamos más que un inglés o un nórdico. En todo caso, es cierto que nos quejamos los españoles más amargamente, o lo decimos más a los cuatro vientos, y hasta gritando. Y esa ventolera contagia el pesimismo alrededor. También es cierto que ahora estamos viviendo una crisis y unos escándalos que aumentan nuestros cabreos. 
La queja, por tanto, no se puede separar de la historia que se vive. Lo grave no es quejarse. Lo grave es no poner soluciones a la queja. Quejarse quizás vaya con la naturaleza del ser humano, porque de ese modo nos vemos en el trance de superarnos. Si el chiquillo se quejara del tropezón y de que se ha caído, no aprendería a levantarse, y a andar cada vez mejor. 
Dice Baggini que si Luther King, o Nelson Mandela no se hubieran quejado, estarían los negros todavía sin voz ni voto. Lo expresaba bien el pastor norteamericano: Arriba no nos oyen si desde abajo no gritamos. La dialéctica, por tanto, consiste en admitir quejarse, pero ponerse manos a la obra para remediarlo. Cuando yo era adolescente leía las obras de un obispo húngaro llamado Thiamer Thot. Yo recuerdo que contaba esta anécdota: que había un perro que había caído en una cerca de espinos, y no hacía más que quejarse y  ladrar, pero no hacía nada por saltar de ahí y salvarse de los pinchos. Con razón expresaba el mentado Luther King en sus luchas en Alabama: Liberaos de vuestro descontento. Sin embargo, vemos con frecuencia que la gente se une como un puño para quejase y manifestarse por la calle, pero apenas se pone de acuerdo con otros para buscar soluciones. La gente se une contra lo que cree que es el mal, pero se desune para hacer el bien. Y la verdad es que se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre. Siento decirlo, pero los políticos  (que son quienes más salen en la TV) son un mal ejemplo de todo esto. La oposición cree que cumple con quejarse, y da igual de qué Partido provengas. Eres oposición, y punto. Muy raro es que los pillemos  de acuerdo. Y entonces, hasta no nos fiamos, porque a lo mejor se ponen de acuerdo para subirse el sueldo. 
Cuando esa oposición gane las elecciones, y cambie la tortilla, le harán lo propio a ella. Y esta es la noria que marea: dar vueltas y más vueltas. Pero la noria se inventó no para dar vueltas, sino para sacar agua. Hay que canalizar y canalizarnos. De lo contrario, nos moriremos quejándonos. Un solidario no se queja por costumbre, por eso contamina poco. De lo contrario, la higiene mental se resiente y te bajan las defensas, como si viniera con la brisa un virus. Urge, más bien echar manos a la obra. Todo menos cruzarse de brazos. Los brazos son para bracear y no ahogarse.


1 comentario:

  1. La queja es retroalimentación y nos lleva a la victimización y a ignorar al otro.Solo queriendo el objetivo deseado a través del lamento.
    La queja en el milagro es evidente.
    Es la patología que nos ciega, nos paraliza incluso hasta extremos con componentes paranoides.
    Si la queja no fuera solo una noria....
    Si la queja fuese como lo comenta Baggnini en su libro.....
    La noria se inventó para la adecuada canalización del agua.
    Seamos pues noria de verdad con fines de solución y concienziación al mundo sobre problemas a bien cambiar.
    Eso lo quiere Jesús.
    Dejemos el lamento inútil y consideremos al otro.
    Actitud empática para dejar parte de ese egocentrismo patológico molesto, inútil y hasta ofensivo.

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